JOSÉ MARÍA MURUZÁBAL DEL SOLAR
PINTURA Y ESCULTURA NAVARRA
ESCULTURA: OBRA DE JULIO DE 2016
“Encendiendo
el pitillo”
Bronce en peana mármol. 48 x 18,5 x 13,5 cm.
HUERTA CELAYA, Rafael
Rafael Huerta Celaya (Bilbao, 1929) escultor y
profesor. Hijo del también escultor Moisés Huerta que le
influiría en su vocación artística. Su juventud la realiza en
su ciudad natal. Cursó estudios en la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando de Madrid que finalizó en 1951, con el
título con mención especial en el apartado de escultura. En
1952 se traslada a Corella, con plaza de profesor de modelado
en la Escuela de Artes y Oficio. Permanece en esta ciudad
ribera hasta 1972, pasando a la Escuela de Artes y Oficios de
Pamplona donde llegó a ser su director. Desde 1987 se dedica
únicamente a su trabajo como escultor. Su escultura pública es
importante como, por ejemplo, el Sagrado Corazón (1958) y el
Monumento a Margarita D´Aiglé en Corella, el Monumento a
Ataúlfo Argenta (1961) de Castro Urdiales, el Sagrado Corazón
(1961) de Funes, Rebotando al revés (1990), Monumento al
Encierro (2007), o Monumento a José Joaquín Arazuri (2003) de
Pamplona. Su trabajo se enmarca dentro de la corriente
figurativa, ya que nunca le ha interesado el vacío, ni el
espacio ni otros conceptos propios de la escultura de la
segunda mitad del siglo XX, a pesar de contar con un
tratamiento más vanguardista en sus técnicas.
La presente escultura se conserva en importante colección
navarra. Estamos ante un buen ejemplo de lo que supone el
quehacer escultórico de Rafael Huerta. La obra aparece firmada
y titulada en los laterales de la base. Huerta es un escultor
figurativo que da lugar a una obra de tratamiento artesanal
desprovista de cualquier concesión anecdótica, en la que
evidencia el profundo dominio del oficio, partiendo de un
excelente modelado de la figura. Rafael Huerta ha conseguido
plasmar en esta escultura un gran equilibrio y movimiento,
gracias a la compensación de volúmenes hacia un lado y otro de
los puntos de apoyo de la figura. La obra representa a un
campesino en el momento en que descansa de su tarea y
aprovecha para encender un cigarro. La escultura demuestra,
bien a las claras, el exacto dominio que posee el autor de la
figura humana.
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